«Arrogante es el vino, tumultosa la bebida; quien en ellas se pierde, no llegará a sabio» (Proverbios, 20,1)
Somos multitudes. Hay más microorganismos que células propias en nuestro cuerpo y las interacciones que forman apenas se empiezan a entender. La investigación promete, pero hasta ahora apenas estamos en la superficie ¿Quedará algo de un «yo» único e inequívoco cuando la madeja se desenrede?
Hombres y mujeres; machos y hembras. Todos libramos una lucha desde el inicio de la existencia. Una lucha que, en el peor de los casos, los machos estamos condenados a perder. Y no es una lucha sociocultural que refleja los tiempos actuales. Es una lucha biológica en la que todos participamos.
“La idea de al conciencia es ridícula, si no monstruosa. Significa saber que uno es comida para los gusanos. Este es el terror: haber emergido de la nada, tener un nombre, conciencia del yo, sentimientos profundos, y un terrible anhelo interior por la vida y la autoexpresión, y a pesar de todo ello, morir”. (Ernest Becker, antropólogo estadouidense)
La empatía es un rasgo fundamental para vivir en sociedad. No sorprende que algunos aspectos de ella los podamos ver en otros animales. Los roedores son de los juguetes favoritos de los científicos para experimentar. Pero… ¿Estamos sacando las conclusiones correctas?
Hay una explosión de investigación básica relacionando microorganismos intestinales con condiciones y enfermedades muy variadas. Los desórdenes neurológicos, que muchas veces se consideran de origen genético e incurables, tienen un flanco abierto. Es posible empezar a soñar con mejorar la vida de personas autistas e incluso podríamos pensar en curar enfermedades como el mal de Parkinson, Alzheimer o la Esclerosis Múltiple
El cerebro es un órgano especial. Nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones emanan de él. No hay sorpresa si decimos que su mal funcionamiento nos puede generar distintas condiciones o enfermedades neurológicas. Donde sí hay sorpresa es al saber que la causa de éstas podríamos rastrearlas hasta el intestino. La relación microorganismos-cerebro apenas empieza a entenderse