Hombres y mujeres; machos y hembras. Todos libramos una lucha desde el inicio de la existencia. Una lucha que, en el peor de los casos, los machos estamos condenados a perder. Y no es una lucha sociocultural que refleja los tiempos actuales. Es una lucha biológica en la que todos participamos.
Esta es la historia del conflicto más antiguo del mundo. Una oscura historia de trampas, agresión, violencia, y oportunismo. Una historia que antecede a las naciones. Mucho antes que el tópico del hombre contra la naturaleza. Incluso antes de la propia existencia de los humanos. Hablo de la guerra de los sexos, que empieza desde el momento en que la naturaleza opta por hacer machos y hembras. Una historia que tendrá mucho de antropocentrismo metafórico solo para fines didácticos. Todo esto viene gracias a este reciente artículo publicado en Current Biology donde se analiza el rol de los cromosomas sexuales X e Y. Esta entrada será una introducción al conflicto, para en un futuro cercano, profundizar en el estudio.
EL ORIGEN
Para entender todo, tenemos que tener claro qué es ser un macho y qué es ser una hembra. ¿Crees que es obvio? Piénsalo de nuevo. ¿Qué tienen en común un macho de caballito de mar (que se ‘embaraza’), con una planta, un ave sin pene y un macho de especie humana para meterlos a todos en un mismo grupo? ¿Y la hembra de hiena que tiene un pseudo pene más grande que los machos, con una hembra de lagartija cuya especie no conoce varón o la hembra humana?
La respuesta no es nada externo ni de conducta. Tampoco tiene que ver con la capacidad de parir o albergar vida en el interior. Ni siquiera tiene que ver con capacidad alguna para formar vida (existen organismos funcionalmente estériles, como las abejas obreras que son todas hembras). Hay que buscar más adentro, en lo profundo del individuo y ver el tamaño de sus células sexuales (gametos). Si son pequeños respecto a su contraparte, hablamos de un macho. Si son grandes, hablamos de una hembra (Fig. 1).

Al principio de todo se tenían organismos unicelulares. Bacterias, Arqueas y Eukaryotas unicelulares hacían de las suyas en el mundo sin competencia. En este mundo cada célula es un clon de su progenitor, que simplemente se reproduce dividiéndose. Rápido, simple, eficiente: donde antes había un organismo, ahora hay 2 iguales, cumpliendo así el mandato divino y el imperativo biológico de generar descendencia. Pero hay un problema: el sistema funciona siempre que el entorno sea estable. Si cambia el clima, si surge una nueva competencia, si hay un recurso nuevo que quizás podría explotarse… Estos clones no podían responder adecuadamente. Un entorno variable requiere un organismo con capacidad de variar, pero… ¡Son todos clones! Es como tener muchísimos billetes de lotería, pero todos con exactamente la misma secuencia numérica (o casi: la información genética que crea a un individuo a veces puede cometer errores (mutaciones) que, al irse acumulando con el paso del tiempo, puede hacer que 2 líneas de organismos que eran en un inicio iguales diverjan en un futuro).
Fue en este contexto donde se supone el sexo apareció: la mezcla de ADN de 2 individuos con la suficiente cercanía para ser considerados de la misma especie (aunque hay bacterias que pueden hacer este truco con parientes más lejanos) pero con las suficientes diferencias por las mutaciones como para poder tener variabilidad genética. Es curioso que el sexo y la reproducción estén diferenciados: el primero se refiere a la mezcla de genes; el segundo a la creación de un individuo nuevo. Solo en seres vivos pluricelulares se puede hacer una equivalencia más o menos exacta entre ambos conceptos. Con el truco de la mezcla de genes, tenemos variación y más posibilidades de dejar una descendencia donde alguien pueda responder bien al cambio. Para seguir con la metáfora de la lotería, en lugar de tener muchos boletos con el mismo número, tenemos menos, muchos menos boletos, pero más variados, aumentando así la probabilidad de ganar la lotería.
NUEVAS OPORTUNIDADES, NUEVOS PROBLEMAS
Con la llegada de los organismos multicelulares, hubo un interés en retener esto de la diversidad genética, ya que ofrece una aparente ventaja (en verdad no es tan así, pero analizar las ventajas y desventajas del sexo da para una entrada por sí sola). Y como dice el refrán, todo gran viaje empieza con un pequeño paso. En ese caso, todo organismo multicelular, empieza con una sola célula (en el caso humano, hablamos de cigoto). Pero esto genera un nuevo problema: ahora tenemos organismos con muchas células. ¿Cómo decidir cuál se fusiona con otra para hacer un nuevo individuo? Un individuo moderno nos da una pista: volvox (fig 2). Estas criaturas son colonias de algas bastante simples, con todas sus células iguales… excepto unas pocas que se diferenciaron (especializaron, se dedican en exclusividad) en células sexuales, las candidatas «oficiales» a esa unión para ser un nuevo organismo; mientras que el resto de las células son las somáticas (soma = cuerpo) y contribuyen a mantener al organismo funcionando.

Volvox todavía es un estado avanzado en esto de la reproducción sexual. Es posible que en sus orígenes, estas células especializadas (aka: gametos) fuesen más o menos parecidos entre sí, con algunas variaciones en la información genética. La historia de cómo fue todo sería más o menos así: los gametos eran liberados en un medio acuático y se fusionaban con otros para hacer un nuevo individuo. Este nuevo individuo obtenía su energía inicialmente de las reservas que le ofrecían los gametos. ¿Hay forma de garantizar el éxito de ese nuevo ser en formación, o al menos, de facilitarle la vida? Sí. Muchas formas. Pero la más simple es haciendo que los gametos ofrezcan cada vez más comida. Así, se entra en un círculo virtuoso: gametos con más recursos tenían más probabilidades de tener la descendencia asegurada. Esto generó una presión selectiva para que los gametos fuesen cada vez más grandes y así ofrecer más recursos. Pero donde surge la oportunidad, surge el parásito aprovechador. Si hay gametos que ofrecen un «plus» en comida… ¿Qué pasa si formo gametos con menos comida? Hay que considerar que cada recurso invertido en algo es un recurso no invertido en otra cosa. Un organismo que genera gametos más pequeños, con menos recursos que ofrecer, es un individuo que ahorrará energía para poder gastar en otras cosas, como simplemente sobrevivir y seguir siendo. Un plan magnífico, siempre y cuando este gameto «parásito» logre efectivamente juntarse con uno que ofrezca suplementos alimenticios. Y así es como, a través de las generaciones, obtuvimos esos gametos conocidos por nosotros: los grandes los llamamos ovocitos e identifican a las hembras y los pequeños y móviles son los espermatozoides de macho.
¿PAX NATURA?: HERMAFRODITISMO
El sexo es caro. Reproducirse tiene muchos riesgos, más aún si debemos hacerlo con ayuda de otr@(s). Piensa en esto: un animal demasiado bueno pasando desapercibido para sus depredadores puede también serlo para sus citas sexuales. Por lo tanto, debe buscar llamar la atención con colores, movimientos o conductas extrañas, con la esperanza que sea un individuo del sexo opuesto el que capte esa atención (cada encuentro con alguien del mismo sexo es inútil, en el mejor de los casos, perjudicial por competencia en el peor). Después debe invertir enormes cantidades de energías en un acto copulatorio (donde para ser justos, no todos los participantes lo hacen gustosos). Y después, al menos a una de las partes le tocará invertir en «construir» al nuevo ser, ya sea dentro de su cuerpo como los mamíferos o en forma de huevos como las aves y reptiles. Y por si fuera poco, queda todavía evaluar si vale la pena invertir recursos cuidando a la prole o no.
¿Agotado de solo leer? No te culpo. Quizás te preguntas si se puede optimizar algo. Por ejemplo, si todos los individuos hicieran gametos masculinos y femeninos, al menos tenemos asegurado los encuentros sexuales, ambos se embarazan y aumenta la prole rápidamente. Incluso podrías creer que, a falta de compañeros sexuales, un individuo podría autofecundarse y se asegura la reproducción. Si piensas estas cosas, algo de razón llevas: hay organismos que optan por esta estrategia y les llamamos hermafroditas. Aunque la vida para estas criaturas no es fácil: producir 2 sistemas reproductores es muy costoso, hay incentivos perversos para actuar más como macho que como hembra (ellas tienden a tener un coste mayor asociado a formar un nuevo ser) y de la autofecundación ni hablar: no tiene sentido hacer todo el trabajo de generar órganos sexuales y células especializadas para terminar optando por la estrategia asexual (dicho eso, hay una excepción notable entre los animales: la tenia).
Todo esto hace que el hemafroditismo sea una estrategia bastante inestable y poco práctica para muchos organismos. Pero es una estrategia de éxito en aquellos de movilidad reducida (caracoles o lombrices por ejemplo) o directamente ausente (moluscos varios, plantas) que tienen dificultades para encontrar individuos y necesitan sí o sí asegurar un acto reproductivo.
COMIENZA LA GUERRA
De forma inevitable, la naturaleza ha optado por la especialización. Dado que dejarle toda la carga a un solo individuo de producir gametos masculinos y femeninos es poco eficiente (de acá en más pensaremos siempre en animales como modelo tipo; aunque lo explicado pueda alcanzar a otros tipos de organismos), la tendencia es a especializar los cuerpos entre aquellos que generan nutrientes en exceso para la descendencia (hembras) y los que se aprovechan de eso (machos). Y acá hay una explicación evolutiva de por qué son sólo 2 sexos y no 3, 5 o 20.
Antes de seguir, es importante tener claro el objetivo de todo esto: el origen de todo es una molécula replicadora que fue construyendo estructuras complejas llamadas cuerpos para defenderse del entorno y optimizar su proceso de replicación. La reproducción del organismo en su origen era sólo el mecanismo que tenía el replicador para seguir existiendo en el tiempo. En cierto sentido, el replicador es inmortal y el cuerpo que lo alberga, solo un vehículo. De forma elocuente y algo tétrica, Richard Dawkins dice «Somos máquinas de supervivencia, autómatas programados a ciegas con el fin de perpetuar la existencia de los egoístas genes que albergamos en nuestras células.» La reproducción sexual mantiene la misma lógica, pero es menos eficiente en un aspecto clave: sólo se transmite la mitad del material genético del macho y la otra mitad es aportada por la hembra. ¿Y qué mitad es la que llega a la siguiente generación? Eso es completamente aleatorio y es la base del conflicto: hay pocos espacios disponibles para muchos genes que se disputan ese espacio. Los más efectivos, es decir, aquellos que incidan de mejor forma en construir un organismo deseable, tenderán a estar más representados.
Nacer macho o hembra no es aleatorio en muchos organismos. En abejas y hormigas,, las reinas pueden elegir el sexo de su descendencia. En muchos anfibios y reptiles, es la temperatura del ambiente la que determina que nazcan machos o hembras. Pero en aves y mamíferos el sexo es determinado por un par de cromosomas sexuales (sistema ZZ/ZW en aves, , XX/XY en mamíferos). Esto quiere decir que machos y hembras de mamíferos y aves tenemos estrategias reproductoras distintas. ¡Tenemos cromosomas distintos!
La guerra está servida: teniendo 2 estrategias reproductivas distintas encontradas en individuos separados que tienen sus propios juegos genéticos, la evolución puede actuar sobre ellos de maneras separadas. ¿Y por qué tenemos que hablar de una guerra? Simple: cada generación va acumulando a través del tiempo cambios genéticos que lo benefician. Pero lo que es bueno para machos, no es necesariamente bueno para hembras. Cada sexo destina recursos de forma distinta. Un macho que debe pelear para aparearse preferirá desarrollar cuernos, mientras que la hembra preferiría invertir esos recursos en leche para la progenie (recordemos la advertencia del principio: el antropomorfismo es solo simplificación lingüística para no decir a cada rato cosas como: «a través de las generaciones y miles de años, aquellos machos que fueron desarrollando por selección natural cuernos tuvieron mayor éxito reproductivo y pudieron pasar con más facilidad esos rasgos a su descendencia).
Quizás te parezca poca cosa y el tono belicoso una exageración. Después de todo, machos y hembras de la misma especie tienen un fin común que es reproducirse. Y sí, es cierto. Pero también es cierto que ya hablamos de genes que «atacan» y sesgan hacia un sexo la progenie; el cromosoma Y se ha ido reduciendo a través del tiempo (incluso ha desaparecido en algunas especies, lo que da pistas de quién ganará esta guerra), hay enfermedades con claro sesgo sexista en humanos (como puede ver acá, acá, acá, acá, acá y acá, entre otros muchos casos) e incluso, en tono especulativo, la homosexualidad masculina podría tener algo que ver con esto de la tensión entre genes.
Pero todo esto será tema para una próxima entrada, dejando esto como una introducción al conflicto genético en humanos.
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