La empatía es un rasgo fundamental para vivir en sociedad. No sorprende que algunos aspectos de ella los podamos ver en otros animales. Los roedores son de los juguetes favoritos de los científicos para experimentar. Pero… ¿Estamos sacando las conclusiones correctas?
Para vivir en sociedad, es importante aprender a evitar dañar a otros. Se considera que la insensibilidad al daño de los demás es un sello distintivo de trastornos psiquiátricos antisociales como psicopatía y sociopatía. Es claro que no nos va tan bien enseñándolo, y en parte se puede deber a las tribales dinámicas de endo/exogrupo. Aún así, en situaciones normales, el daño se minimiza. Lo hacemos los humanos y parecieran hacerlo otros animales. Considere por ejemplo la pelea entre machos para acceder a las hembras: rara vez pelean de verdad con sus mejores armas, y sí muchas veces hay un «combate ritual» donde se miden fuerzas de forma simbólica.
¿Qué podría motivarnos a nosotros y a los demás animales de abstenerse de dañar a sus pares? Una posibilidad es que las emociones indirectas (es decir, las emociones que siente un otro, en lugar del individuo observador), incluido el contagio emocional y la empatía, desencadenan la aversión al daño. En pocas palabras, dañar a otras personas es desagradable, porque compartimos indirectamente el dolor que infligimos y en esto ayudan mucho las neuronas espejo. En consecuencia, se ha argumentado que los trastornos psiquiátricos caracterizados por un comportamiento antisocial pueden provenir de un mal funcionamiento o de emociones sesgadas.
Un gran número de estudios (como éste, éste y éste, entre otros) muestra que los roedores tienen reacciones afectivas a la angustia de los congéneres. Estas reacciones se observan como un aumento de la conducta de congelación o cuando el testigo se vuelve a exponer a señales asociadas con el dolor del otro. Como era de esperar, se identificaron neuronas espejo en ratas en una zona del cerebro (corteza cingulada anterior o ACC en inglés), que responden al observador que experimenta dolor y a ser testigo de un malestar específico.
Se sabe que la reducción de la actividad en el ACC reduce el contagio emocional. El problema con las investigaciones clásicas es que la rata observadora no es la causante directa del daño presenciado, por lo que la actividad específica de la zona ACC en la aversión al daño no está clara. Y esta asociación es lo que se busca analizar en este estudio publicado en Current Biology y justifica este escrito.
En este video (en inglés) tiene la picazón intelectual que dio paso al experimento, el desarrollo del mismo y sus resultados principales:
Para los que no sepan inglés, les cuento yo: el diseño experimental es simple, pero da mucho jugo. Tenemos una rata en una caja con 2 palancas y con un poco de adiestramiento, aprende que al manipular una de ellas, obtiene pastillas de azúcar. A esta rata la llamamos «actor». Una vez la rata aprende el vínculo palanca-azúcar, asociamos su elección a un shock que se le da a una segunda rata («víctima»).
¿Y qué pasó? Pues varias cosas:
- Machos y hembras se alejaban de la palanca por igual (al menos 6 de 24 ratas no presionaron nunca la palanca en caso de shock)
- El N° de ratas que se alejaban era mayor si el actor era previamente expuesto al daño. La experiencia previa de miedo predispone a las ratas a una mayor sensibilidad al dolor ajeno
- La familiaridad con la víctima no es necesaria. Tampoco importa como la víctima responde al shock. El determinante principal de las diferencias entre individuos para cambiar la palanca derivan del actor
- Desactivar la zona ACC reduce el efecto
- Es importante que el daño esté cercano en el tiempo de la acción de presionar la palanca (el daño podía ocurrir entre 3 y 8 segundos después de manipular la palanca)
- Al variar el valor de recompensa en las palancas, las ratas están dispuestas a cambiar de una que se presiona fácil a otra más difícil
- Están dispuestas a cambiar de 2 pastillas de azúcar a una sola con tal de evitar el daño a terceros, pero no si el premio es 3 vs 1
- Entrenamiento prolongado para reforzar la preferencia por una palanca disminuye la posibilidad de cambio
Pareciera que las ratas tienen un comportamiento muy humano. O, desde otra perspectiva, los humanos muchas veces nos comportamos como ratas. Después de todo, en ambos casos no hay diferencia por sexo en la conducta moral; la experiencia propia parece predisponer a la empatía; el daño a terceros lo evitamos, sean conocidos o no; si el premio es demasiado grande, es posible que uno esté dispuesto a causar algún nivel de daño a otro y cualquier conducta que tengamos, la educación/entrenamiento puede tener un papel clave.
¿Y listo? ¿Somos unas ratas y éstas tienen un comportamiento muy humano? No. No es tan simple, y casi nada lo es en ciencias. Hay al menos 3 de cosas dignas de ser mencionadas. Una la expresan los autores en el estudio: ¿podemos hablar de genuino altruismo, entendido este como actuar con la intención de beneficiar a alguien más, al acto de privarse de comida a cambio de no dañar a otro? Los autores del artículo lo dudan. Plantean que los datos obtenidos no muestran que las ratas sean altruistas. Se reconocen 2 posibles motivos para ayudar a otros: uno, estrictamente egoísta, implica ayudar porque ver sufrir a otros genera un estado negativo de angustia personal que se intenta reducir egoístamente ayudando. El otro motivo, más cercano a algo genuinamente altruista, se ayuda incluso si no tienen que presenciar sufrimiento alguno en la víctima.. En palabras de los experimentadores:
«Nuestro diseño no nos permite distinguir estas opciones, pero una explicación parsimoniosa y egoísta podría ser suficiente para explicar nuestros efectos (…) Desde este punto de vista, la aversión al daño puede no ser principalmente un motivo altruista para evitar el dolor a otra rata, sino un motivo más egoísta para evitar un estado personal desagradable provocado por las señales emitidas por la otra rata, un motivo menos noble pero quizás igualmente efectivo. De hecho, las ratas pueden estar motivadas para cambiar su preferencia de palanca también contra una panoplia de estímulos no sociales, incluidos ruidos fuertes o luz brillante.»
La importancia de la motivación la veremos un poco más adelante. Por ahora, quisiera indicar que por defecto se asume que los animales se comportan egoístamente. ¿Ayuda a otro? Es para sentirse mejor. ¿Se pone en riesgo para proteger a la prole? Le interesa la inversión parental. ¿Que un macho ayuda con las crías? Es con fines reproductivos. Una posibilidad es que se trate de defender la nefasta tesis de la excepcionalidad humana, poniendo estándares a los animales que honestamente no sé siquiera si nosotros cumplimos solo con el afán de diferenciarnos y sentirnos «distintos» del resto de los animales; ideas que creo deben llegar a su fin. La otra posibilidad es que el genuino altruismo simplemente no exista, ni siquiera en nosotros.
El segundo tema interesante lo ponen los científicos, aunque no ahondan en él, cuando hablan de la motivación de las ratas para hacer algo. Vale la pena preguntarse qué podría interesarles a las ratas, aunque sea para hacer algo de ejercicio filosófico (trabajo que por cierto ya se dio la filósofa belga Vinciane Despret en un libro y en el cual me baso para todo lo que resta). Si lo abordamos desde la perspectiva de si el experimento le interesa al animal, nos encontramos con un problema: la rata no tiene salida. Los dispositivos experimentales se arman de tal forma que el animal se ve empujado a actuar. No tiene sentido reflexionar si una rata hambrienta puede o no mover una palanca a cambio de comida; simplemente no puede hacer otra cosa. La rata no está interesada, está motivada, obligada o incitada; que no es lo mismo.
Pero… ¿Y si nos ponemos desde la perspectiva de la rata? ¿Cómo el sujeto del experimento traduce, en sus propios términos, su propia forma de interesarse por el problema que se le presenta? Esto es importante, no tanto por el experimento descrito previamente, sino para pensar y repensar las investigaciones de conducta. Los animales no solo deben superar las pruebas, sino que (por sobre todo) deben hacerlo de forma correcta. Los que no hagan esto, simplemente no son sujeto de estudio. ¿A qué me refiero con «forma correcta»? Imagine que quiere investigar la capacidad de memorizar de los ratones. Ponga un laberinto que el animal recorre para encontrar comida y después de un tiempo lo ponemos en la misma situación y resuelve muy rápido el laberinto. ¿Concluimos algo de su memoria? No. Porque los ratones dejan marcas odoríferas que la guían. El ratón resuelve el problema, pero no de la forma correcta para el científico. No importa cómo una rata pueda estar interesada en resolver un problema que se le planteó o las estrategias que usa, aún debe resolverlo en los términos que interesan al investigadores.

La situación descrita, extrapolable a muchas otras, limita mucho la cantidad de animales que pueden usarse para experimentos conductuales y dificultan también la correcta interpretación. Las motivaciones de los animales no tienen por qué tener algo que ver con las de los científicos, aún si responden a las pruebas. Un animal puede responder a estímulos de apoyo explícitos («bien hecho») o implícitos, como el caso del famoso caballo Hans el Listo, que desde entonces obliga a tener en cuenta las expectativas del animal a la hora de responder a una prueba.

A veces la sola presencia de un espectador basta para modificar la conducta, como cuando una rata corre más rápido si ve que hay observadores. En otras, las expectativas del propio roedor son clave, ya que pueden modificar su conducta si están decepcionadas por la recompensa o sienten euforia cuando esta supera sus expectativas. El colmo de la situación es cuando el roedor responde de mejor forma si el experimentador cree que responderá bien. ¿Expectativas? ¿Euforia? ¿Decepción? ¿No estaremos corriendo el riesgo de antropomorfizar demasiado al roedor? Quizás sí. Pero la situación experimental es antropomórfica. Es difícil pensar en algo más anti natura que negarle al sujeto de estudio responder acorde a sus propias maneras de respuesta, forzándolo a hacerlo de cierta forma. No es problema para los experimentadores este nivel de antropomorfización. Su único problema es asegurarse que la conducta observada se haga por razones correctas, es decir, las razones por las que hacen el experimento.
Todo esto nos lleva al último gran punto: la correcta interpretación de los datos. Retomemos el experimento con el que abrimos esta entrada. 6 de 24 ratas no presionaron palanca, evitando dañar a otros. Se considera exitoso que un 25% de los animales estudiados respondan en forma positiva a la situación. Independiente de si es egoísmo disfrazado o altruismo sincero, ¿sería más exitoso un experimento donde las 24 ratas hubieran respondido?
La respuesta es no. Y el por qué, es interesante. Todos estos experimentos de habilidades conductuales tienen que ver con singularidades. Las 6 ratas que no causaron daño no tienen nada que ver con las generalizaciones que se hacen de su especie (del tipo «las ratas tienen cola»). Esto impide generalizar los resultados, pero permite decir que algunas ratas, en circunstancias muy específicas y excepcionales para las propias ratas, pueden desarrollar/exhibir un rasgo. Pero tan importante son ellas como las 18 restantes que «fallaron» la prueba de la empatía en algún nivel. Demuestran que el dispositivo no determina el comportamiento, sino que solo crea la condición para ello.
¿Qué significaría que todas las ratas pasaran la prueba? 2 posibilidades: o la conducta está determinada biológicamente de una forma rígida o es consecuencia directa de la forma de hacer el experimento. Ni la jaula ni la palanca ni la electricidad nos dice nada sobre la moralidad de las ratas, solo nos genera una oportunidad para que ellas se luzcan. El rasgo conductual distintivo no surge de forma innata (aunque ayuda ser un ratón y no una ameba), ya que la prueba no la superan todos ni tampoco viene del montaje que hubiera «forzado» a las ratas. Por eso, para la propia validación de este experimento y poder sacar algunas conclusiones, es fundamental el fallo. Las palomas, por ejemplo, pueden responder a casi cualquier cosa a las que se les someta, pero normalmente basado en pruebas de acondicionamiento, motivo por el que son el ‘juguete’ favorito de los conductistas. Retomando una idea ya hablada, la paloma responde a lo que se le pregunta, pero no por las razones correctas. El montaje condiciona su respuesta totalmente.
La propuesta final que les dejo, jugar a ratonificar las cosas. Ya no solo ponernos en los zapatos de otros humanos, sino en la piel de otros seres vivientes. No solo por un tema de empatía. Simplemente porque se maravillará al ver el mundo a través de otros ojos.
[…] último nivel, aunque siempre está la posibilidad de abordar mal el problema, tal como hablaba acá. Lo cierto es que pareciera que somos máquinas automáticas con una lucecilla arriba que no […]